Supongamos que en este desgraciado país comenzase un movimiento primero tímido y después telúrico: Un político muere asesinado, sin más explicaciones, un acto huérfano de reivindicaciones; un día aparece muerto en extrañas circunstancias el primero y tras él otro y otro más hasta acabar convirtiéndose en una epidemia. Supongan que esas víctimas coinciden en ser personajes públicos demostradamente venales.
¿Ello implicaría una pérdida de fuste, constituiría un retroceso social? Permítanme que lo dude la vista del panorama que pinta. La clase política española es hoy por hoy, desde hace mucho tiempo y por desgracia con visos de que continúe siéndolo, una canalla parasitaria, autista y egocéntrica que, amparada en una partitocracia corrupta y hermética, se ha constituido en el más grave peligro para el interés general y el bien común. El efecto de algo así sería sin duda rechazable desde la perspectiva de la mera obligación de respeto hacia la vida humana pero cabe preguntarse si tales vidas habrían cumplido con la más mínima expectativa de ejemplaridad.
¿Creen que se daría un movimiento de rechazo, algún tipo de convulsión hacia algo así? Permitan que lo dude. Es triste admitirlo y mi repugnancia hacia la violencia sin duda me provocaría más de una nausea moral pero, ¿saben? creo que al final acabaría por no lamentar que los políticos en general y los corrompidos en particular experimentasen miedo e incertidumbre, ya que su actitud constante de lesa sociedad parece estar reclamándolo a gritos.
Y, por otra parte, si ocurriese algo semejante algún día no me cabe duda de que ello no podría ser exitoso de ser producto de la actividad clandestina e ilegal de unas siglas, sean cuales sean. Una asociación criminal de tal clase tendría sus horas contadas y al efecto les haría notar que ETA se puso a sí misma la soga al cuello cuando, literalmente, desvió el tiro para actuar de modo mucho más sistemático que en otros tiempos contra los políticos. Sólo entonces se actuó con contundencia contra la organización hasta asfixiarla, pues previamente aparte de declaraciones retóricas e hipócritas lagrimeos la clase política asistió con inhumana indiferencia al goteo de sangre de militares, guardias civiles, policías y personal civil y no hubo unidad entre ella sino por sentir en la nuca un aliento cierto de muerte.
Matar políticos por tanto sólo podría tener éxito como método de higiene social si ello obedeciese a actos espontáneos, a contribuciones aisladas y completamente anárquicas que no fuesen reflejo de organización alguna, de estrategias definidas u operativos bien planeados. Se necesitaría un ideario más o menos etéreo e individuos, que los habría, dispuestos a materializarlo.
Piensen en ello e inquiétense ante la posibilidad de que se les dibujase una sonrisa en el rostro al escuchar la primera noticia de tal clase que precediese a una larga serie de otras similares. Personalmente experimento al cavilar sobre ello una incómoda sensación.
Completen la visión haciendo extensivo lo dicho a banqueros y empresarios inescrupulosos y tendrán una idea de algo que sin duda anda en fase larvaria aún y que sólo precisa de cierta continuidad en las condiciones de laboratorio que se vienen dando de un tiempo a esta parte.