Ese gran experimento sociológico, dijo alguien alguna vez
Doy mi palabra de que jamás he sido capaz de asistir a más de cinco minutos de "Gran Hermano" sin desear a toda costa apagar la televisión o cambiar de canal. Me sugiere un aburrimiento mayúsculo ver cómo deambula por un recinto cerrado una serie de individuos que: a) en condiciones normales deben de ser incapaces de hacer un uso provechoso de su ocio y b) en las condiciones del experimento se les fuerza a toda costa a que no puedan hacer nada de fuste con meses de ocio por delante.
En ocasiones, por pura cortesía, me he visto obligado a tragarme algún rato de ese tostón estando de visita en casa de alguna amistad; afortunadamente tengo cierta capacidad para iniciar viajes astrales en situaciones como ésa. Ahora bien, ayer se dio uno de esos días y tuve que ceder a ver un ratito el programa y, caramba, antes de desconectar mentalmente de él hubo un momento antológico: presentaban a los concursantes de la nosecuantésima edición y en un lapso de cinco minutos aparecieron dos mamás que en estado de arrobo absoluto detallaban cómo sus respectivas hijas, elegidas para la gloria, eran dos reinas que no sabían o querían hacer absolutamente nada, pero nada de nada, para colaborar en la casa puesto que, más o menos, venía a resumir una de ellas que había nacido para que la sirviesen. Y todas, madres e hijas, se quedaban tan anchas.
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