Peligrosa exclusividad
Tenemos un miembro más en el club selecto por excelencia. No se exige cuota formal de entrada ni de permanencia, aunque sin duda ingresar en él resulta cercano a lo ruinoso: al último en acceder le da lo mismo que, según se dice, dos millones de sus ciudadanos, súbditos más bien, hayan muerto de inanición en los últimos diez años.
Ahora bien, el resto de los integrantes no parece tampoco demasiado de fiar: la única superpotencia subsistente dirigida por una camarilla de paranoides, los restos de la otra que se han repartido el pastel que se les ofrecía y sin garantía alguna de que puedan ni sepan digerirlo, una potencia local empecinada en morder y ser mordida por sus vecinos, dos enemigos irreconciliables, un gigante emergente de escasos escrúpulos, un país desafiante y fanatizado y dos envejecidas metrópolis que se vieron arrastradas en su día a hacerse con una buena provisión de juguetes caros de los probablemente desearían deshacerse.
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