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Ucronías

Coto de unos pocos

Un país en el que conviven alrededor de 45 millones de habitantes y donde se dispone de largo de más de veinte de viviendas, de las cuales alrededor de tres millones están vacías, muchas de ellas sin opción real de ser habitadas alguna vez, no puede padecer a nivel global un "problema de la vivienda", salvo que a algunos interese que lo haya.

En un país en el que se construyeron 800.000 viviendas en 2004 y 850.000 en 2005 no se puede estar sufriendo de "escasez de suelo", urbano o urbanizable, por mucho que se hable de ello. Por cierto, que las necesidades reales rondarían las 400-450.000 viviendas.

Si por mucho que se reciban cerca de 50 millones de turistas al año se sigue construyendo más que varios países de parecidas características a esos efectos en conjunto, y si se continúa siendo uno de los mayores productores y consumidores mundiales de cemento, todo ello sin que se esté abordando un proceso espectacular en la obra pública, es que alguna distorsión está siendo introducida de modo intencionado.

Un país en el que desde 1956 las sucesivas leyes del suelo se proponen la intención de hacer accesible la vivienda sin conseguirlo no puede seguir manteniendo el mismo esquema conceptual a la hora de legislar, sobre todo desde que tras la "revolución" de 1998, haciendo prácticamente todo el suelo sin protección susceptible de urbanizarse, los precios de la vivienda hayan conocido un crecimiento exponencial.

Seguir desconociendo los efectos ambientales que representa seguir invadiendo decenas de miles de hectáreas de suelo cada año con viviendas que permanecerán en su mayoría cerradas y consumir cantidades ingentes de materias primas y energía en construirlas es emprender una carrera frenética hacia el desastre. Y, por otra parte, ¿qué decir de esas calles y espacios públicos tantas veces carentes de usuarios que hay que iluminar, regar y limpiar?

Apelar a que la financiación de los municipios se asiente en las plusvalías urbanísticas y en la concesión de licencias de obra conducirá inevitablemente hacia el colapso a medio o largo plazo.

Pretender que una potencia económica media pueda seguir sufragando el coste de mantenimiento de miles de kilómetros de infraestructuras que son infrautilizadas: aceras, viales, canalizaciones de suministro y evacuación..., o de instalaciones sobredimensionadas, es lo más parecido a un suicidio colectivo.

No es sino seguir manipulando la opinión pública el que se hable impunemente de la culpabilidad de un único factor, el suelo, sobre el incremento escandaloso del precio de la vivienda, lo cual es tanto como centrarse en tapar un agujero en un barco que se hunde sin reparar las demás vías de agua. Es ineludible empezar a tratar desde una perspectiva crítica los injustificables beneficios de los promotores, las cascadas de comisiones a lo largo de todo el proceso de la construcción (tanto con visos de legalidad como las que carecen de ellos), la actitud de los bancos que siguen alimentando y alentando el mercado hipotecario al tiempo que hinchando ese tipo de crédito con préstamos al consumo encubiertos, la connivencia de las entidades de valoración que siguen colaborando en la imparable inflación hipotecaria con sus tasaciones exorbitantes, ...

 Bastará con un simple enfriamiento económico, no será necesaria una recesión, para que las expectativas de muchos se desbaraten y comience el pánico. Seguir renovando el cartel de "se vende" expuesto en el balcón o en la inmobiliaria cada mes, con el consiguiente incremento de precio, terminará de repente, sin transición o caída amortiguada. ¿Quién va a ser capaz de afrontar los pagos de créditos que no conocen de demoras?¿quién y a qué precio va a comprar esos inmuebles que se tenían como refugio económico o valor seguro? La pesadilla hipotecaria probablemente no va a tardar mucho en comenzar para miles de familias.

Mientras tanto sigue la fiesta.

 

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