La escuela
Llevaba un tiempo escuchando barruntos de tormenta a cuenta del sistema escolar, y sin embargo tanta y tan amarga polémica acerca de si Educación para la Ciudadanía sí o no o si asignatura de Religión según y cómo no acababan de proporcionarme la auténtica medida de lo que hay y sobre todo de lo que no hay.
Pero ha bastado que a modo de anécdota un conocido me muestre el boletín de notas de su hijo (sí, de acuerdo, de un crío de cinco años se me dirá) para que alguna que otra señal de alarma haya saltado. Debe de ser que las gradaciones de toda la vida son retrógradas, reaccionarias y poco pedagógicas, porque parece que ahora todo lo que haga en la escuela la criatura se resumirá en que haya "iniciado un objetivo" o durante ese trimestre se dé una "consecución adecuada"; así con un par. De los comentarios adicionales introducidos por el pedagogo de turno mejor no hablar, basta con decir que todo ello bien cabría haberlo resumido en un "guay, tío".
Me gustaría pensar que puede haber personas en este país que se sientan inquietas por la perversión intrínseca de un sistema educativo que rasea por lo bajo, que asienta la mediocridad y anula la iniciativa y la curiosidad por aprender nuevas cosas; quisiera pensar que existe quien reflexione sobre el riesgo de estar formando personalidades acomodaticias, sobreprotegidas como piezas de porcelana y aisladas por completo de conceptos básicos a la hora de educar como el ser corregidos (llegando incluso a la reprensión y a la represión, si) o la frustración de sus apetencias; seres que para colmo en unos años se van a ver lanzados a las fauces de ese monstruo que llaman "competitividad" contra el cual van a estar luchando durante el resto de sus días.
De todos modos, ¿saben qué les digo? que a estar alturas ya me da igual.
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