Que se le atraganten
Veinte mil euros de indemnización pide el andoba por los daños causados en su Audi A8 al atropellar a un muchacho, al que mató, y por el tiempo en que se vio privado de su joya.
A lo mejor jurídicamente tiene razón y derecho para reclamarlos. Es posible que acaben por dárselos, cualquiera sabe. También en muy posible que, a la vista del percal, cuando arrolló a la víctima lo primero que comprobara fuese si había arañazos en la pintura.
De todos modos puede que resultase de justicia abonarle cada uno de los veinte mil euros en monedas de a céntimo y obligarle a que se las coma, una a una. "No tengo por qué renunciar a ellos", dice el reclamante; no lo dudo, caballero, pero existen virtudes como el decoro que se van perdiendo y usted es clara muestra de ello, sobre todo porque reconoce no necesitar ese dinero siquiera.
Nueva muestra de radicalismo por mi parte, lo admito, pero si a lo largo de esta vida he forjado un cierto desprecio por la gente adinerada, o al menos por cierto género de tal fauna, se debe a su indecente falta de recato y su mezquindad en cuanto vislumbran el brillo del metal u oyen crujir el papel de los billetes.
A lo mejor le envío un frasco de sal de frutas pero cordialmente le deseo una molesta indigestión y que le acompañe un fiel insomnio durante cierta temporada, si bien dudo que a la gente de su laya estos asuntos le hagan mella en el sueño.
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