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Ucronías

Me sirvieron una ración de tristeza

Hace un par de días, a media mañana, paseaba por ahí y sentí ganas de comer algo. No sé por qué razón se me antojó pedir una ración de calamares sin recordar que casi siempre me producen alguna melancolía.

 


 

No se trata de esas formas que la fritura ha torturado, pues los calamares parece que levantan los brazos pidiendo auxilio incluso en ese momento. Lo que ocurre es que si los como suelo recordar que, hace ya muchos años una chica me abordó en la plaza mayor de una ciudad cualquiera y me preguntó si podía prestarle algo para comer. Me sacaría unos escasos años, joven ella adolescente yo; sin duda guapa pero algo ajada, con signos evidentes en el rostro y en la mirada de no haber sido muy bien tratada por lo que fuera: ¿la vida?¿algún patán?¿aquellos primeros ochenta de paro galopante?... Creo recordar que le di casi todo cuanto llevaba encima, algo así como diez duros de los de entonces, menos algunas monedas que me reservé para el transporte; más o menos lo que costaba uno de los bocadillos de calamares que servían por allá.

Nunca he olvidado ni podré olvidar sus ojos, bellísimos, que chispearon un momento; luego me dijo gracias con una sonrisa. Me sentí reconfortado entonces por haberle echado una mínima mano y en ocasiones me siento triste porque me pregunto qué habrá sido de ella e intuyo que no puede tratarse de  nada bueno.

 

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