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Ucronías

Fallo judicial. Fallas morales

 Tras la Sentencia, con mayúsculas, ni siquiera se ha dado una mínima oportunidad a las más elementales reglas del decoro.

 Aquellos a quienes el fallo no gusta se lanzan a degüello contra tribunal, investigadores e instructores o bien simplemente callan después de meses de sacar pecho y gritar sin fuero.

 Otros se dedican a cacarear las excelencias del proceso y su resultado y se aferran a él, como si la lectura de cada página de la sentencia fuese verdad revelada y les produjese algún peculiar éxtasis.

 Hay quien se dedica a seguir aireando excrementos con autorías intelectuales y cualquier día de estos nos toparemos con las teorías del demiurgo, la de la hipnosis o la de la generación espontánea de las mochilas explosivas.

 La conclusión inevitable ante todo ello es que, si existe una verdad esclarecible y una responsabilidad que pueda atribuirse a individuos concretos, a muchos no les importa en absoluto. Su misión exclusiva es airear un hedor que no hubieran llegado a producir jamás esos 194 cuerpos achicharrados y despedazados. 

 Damas y caballeros, mi consejo es que se pudran. Ustedes, claro, no esos cadáveres que tanto regodeo parecen producirles.

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